Un caminante de tantos…

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Por: Milciades Ledesma Notario

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El 28 de octubre de 2015, acudió hasta mi lugar de trabajo, un Estudio Jurídico en la ciudad de San Lorenzo, un joven de mediana edad. Podríamos llamarle un caminante. Escuché el timbre y al salir percibí de sus ojos y su aspecto cierta confusión que hasta me lo ha contagiado. Tenía unos atuendos un poco descuidados. Parados en un quemante sol del mediodía, nos quedamos frente a frente, separados por una verja de hierros horizontales y se inició una charla: Haciendo un gesto de agotado y tocándose el estómago, el joven dice: __ «¿Tío, no tenes unas monedas para comprar galletas o algo para comer? Che vare’a…» (tengo hambre) Y, hay cada instante divino es nuestras vidas, como ese para mi, que, a pesar de estar cubierto igual que muchos por un manto tenebroso de indiferencia, hasta de falta de humanidad muchas veces, de endilgar culpas a los políticos y rechazar pedidos, de hacer una Biblia de las frases «El fin justifica los medios; El que adelante no mira, atrás se queda..», esta vez, me detuve a ver al humano que golpeaba puertas. Miré sus ojos y me puse en su lugar.

Le pedí que espere y me dirigí hacia el auto estacionado en el garaje. Acomodé unos papeles y tomé el dinero que suelo tener a mano para pequeñas cosas. Al volver al portón el hombre ya no estaba. Pensé que, como no aprobé su petición inmediatamente, se había retirado buscando otras puertas en la misma vereda.

Abrí el portón y salí a mirar. Y allí estaba, parado en la vereda de la casa contigua. __Eh! Mba’eiko rejapo upepe? Pregunté. (¿Qué estás haciendo ahí?) __Che kane’o (Estoy cansado), dijo. Acercándome a él, le pasé la mano y una pequeña ayuda y le dije sonriendo: __Terehona ejogua kaña mba’e, upea i de provecho veta ndeve hina la galletagüi. (Anda, ve a comprar una caña o que, eso te será de mayor utilidad que la galleta) Sonriendo igualmente como yo, me agradeció y se retiró con pasos lentos. Caminó unos metros y volvió a mirar hacia mi. Y otra vez sonrió. Sabía que mis palabras se trataban de una broma. Y se fue. Mi ayuda no fue lo ínfimo y material que ha recibido aquella persona, sino aquel sacudón que le generaron mis palabras, al decirle una ironía sobre lo que precisamente iba a hacer con el dinero recibido.

Estaba seguro que lo primero que haría era eso, ir a comprar caña y beber. Y creo que causó efecto, porque caminó unos metros mirando el piso, y luego volteó hacia mi. Como despertando de aquel trágico letargo tras haber oído unas palabras tan desconcertantes. Tal vez pensó: «Alguien me da dinero y no me condiciona a usarlo solo en comida como lo he venido escuchando todo este santo día. Al contrario, ¡me recomienda que compre caña!. ¿Acaso sólo para eso ya sirvo?. ¿Me veo tan muerto de hambre?. ¿Cree este idiota que iré a comprar caña?… ¡Yo soy capaz de trabajar muy duro y ganarme mi pan! No sé si funcionó el intento, pero, sin promover la mendicidad (no acostumbro regalar monedas), se que aún existen esperanzas en nuestra sociedad. Aún debemos creer en las personas, en sus esfuerzos, en su lucha diaria para sobrevivir en un laberinto hostil.

Cada uno combate desde su trinchera, conforme a sus armas. Mi realidad jamás será igual a la tuya y yo no tengo derecho perturbar tus propósitos. Salvo, si tienes ganas de oírme, puedo incentivarte, mostrarte caminos que no conocías, compartir contigo mis experiencias, apuros, fatigas y pequeñas victorias, aprender también yo de tus ideas, hasta puedo generarte una irritación para que salgas del mismo círculo en que giraban tus pensamientos. Como arbitrariamente (usando la libertad que también tú la tienes) me permití hacerlo con aquel joven caminante.

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