Por el 1.000 Ledesma 2014
La planificación urbanística inicial de una comunidad, se ha caracterizado históricamente en nuestro país, por ubicar en el patio trasero a los cementerios. Y comúnmente ha ocurrido que con el transcurso del tiempo, las casas terminaron abrazando los camposantos. Ejemplo claro de ello es el cementerio de nuestra querida ciudad que aglomera a las ánimas en pleno centro urbano. Y ese debió ser siempre su lugar.
El cementerio incentiva miles de análisis e interpretaciones, tanto desde el punto de vista religioso en que adquiere un carácter sagrado, o, simplemente urbanístico en que admiramos la planificación del topógrafo, ingeniero o arquitecto, que tal vez por una cuestión práctica lo ubicó siempre detrás de la ciudad. Quiero, sin embargo, renunciar a ese tipo de análisis, observar simplemente su ubicación y encontrarle un significado pragmático.
El mejor lugar para un cementerio es el centro de la ciudad para que todos los días recordemos la fragilidad de nuestra vida, lo fugaz de los bienes materiales, lo fatal que constituye nuestro viaje hacia un pedazo de esa tierra misteriosa. Es menester que seamos humildes y elevemos a la máxima expresión los valores y actos que enaltezcan nuestra personalidad, abandonando la soberbia y el orgullo, atendiendo la fatal realidad de nuestro material destino, y no actuemos como si fuera que nunca llegaremos a ese lugar.
Y no debiera ser el último rincón de la ciudad el cementerio como si fuera un vertedero, pues su peculiar fisonomía enseña el valor de la igualdad. Allí están ricos y pobres, ignorantes e intelectuales, y como decía el Dalai Lama: «La muerte nos iguala a todos, es la misma para un hombre rico que para un animal salvaje». ES MI VISIÓN. EL1000 LEDESMA. SETIEMBRE 2014.